León
Danilo* (1943-2020)
No es un buen día para el escritor si no ha puesto algunas líneas en la página que lo desafía desde su blancura. Escribir es ponerse a trabajar y encontrarse con una rebelde página en blanco que se niega a ser desvirginada; “la mano en la pluma equivale a la mano en el arado” decía Arthur Rimbaud. Escribir una epifanía, un nacimiento, una buena nueva; es vivir la vida interior de la manera más hermosa; es libertad; es crear nuevas realidades; es ser como los antiguos tibetanos que escribían, desde siempre, oraciones en banderas y las dejaban en campos y montañas para que el viento se las leyera a Dios, cada mensaje clavado era para ellos un gozo infinito, porque de esa forma lograban comunicarse con el Todopoderoso. Escribir es la manera de burlarse de la muerte, es vencer al verdugo; escribir sería innecesario si existiese la felicidad aunque el lenguaje no alcance para consolarnos tanto como quisiéramos; escribir es salvarse de una vida monótona e irritada; es ir detrás de un sueño; es sentir la felicidad por instantes y la amargura de la derrota; es fertilizar y regar el desierto interior; es lograr hacer que el lector viaje, entre nubes hacia el cielo. Es una lucha íntima contra la soledad; es el arte de arar y sembrar trigo al voleo y de todas las formas posibles; es dejar de estar atado al dinero; es no empezar a correr hacia la fama; escribir es dejar de cuidar las pertenencias, dejar de querer tener más que el vecino; escribir es comprender a San Francisco cuando decía: “Me hace gracia pasar por el mercado, hay tantas cosas que no necesito”. Escribir es atreverse a mirarse al espejo; es tirar la redes con la esperanza de una pesca milagrosa; es descubrir que no piensas como quieres; que no eres lo que eres; es adentrarse en el “Yo soy el Otro” para tratar de descubrir las infinitas posibilidades que se esconden en nuestra identidad. Es tratar de domesticar el lenguaje, siempre rebelde, ser dueño del tiempo y del espacio; es darse cuenta de que la vida es algo más que comer, engendrar hijos y hacer dinero. Es decir ¡basta! a un mundo de incomunicación, incomprensión y malos entendidos; es hacer que gobiernen los humildes; es no llevar la oscuridad dentro de uno; es sentir el nacimiento de la obra que es como el parto de una mujer. Escribir es hacer que el infortunio y el dolor de los Job del mundo desaparezcan para siempre; es tener los poderes del divino emperador. Es descubrir, con gozo, esa dimensión de rebeldía, de aventura, de experimento y de juego incierto que tiene la profesión de escritor. Es constatar que las palabras a veces están vacías, flacas y menguadas, mentirosas como la palabra del político; es poder condenar al infierno a todos los generales que se llevan lo mejor de la juventud a morir en la guerra. Es dar con el peñón adecuado para decir: “ábrete Sésamo”. Escribir es volver del infierno con la antorcha encendida con fuego robado al mismísimo demonio; es entender que cada crisis es la mejor bendición; es derribar todos los muros existentes; es impedir el avance del desierto; es caminar en dirección contraria al exilio y la desesperanza. Es darse un respiro para estar, para conversar, para perder el tiempo, aunque éste y la muerte nos pisen los talones. Escribir es reflejar el mundo; es regar el árbol aunque parezca seco; es tocar fondo con los fracasos como escritor y sonreír al ver que el único camino que queda es hacia arriba; escribir es no quedarse a la orilla de nada; es cuidar del árbol y sus nidos. Escribir es hacer que la vida sea vida comprendiendo que es amor y odio, domingo de Ramos y Viernes Santo, celebración y duelo nacimiento y muerte, bacanal y oración. Escribir es conectarse con los rumores del mundo; es hacer estallar los candados de la cárcel en que la sociedad ha encerrado tu libre albedrío; es dejar atrás la mirada domesticada, prejuiciosa y las gafas ahumadas que la uniformidad mediática quiere colocarte; es mandar al colegio a los niños sin el uniforme que los retrógrados les obligan a colocarse, como si se educara la ropa y no a la persona. Es hacer que el héroe de la historia viva en un pueblo olvidado del mundo y muera sin conocer ni la fortuna o el amor o que llegue a emperador; es buscar formas para atravesar el río. Es hacer público el pensar, es exponerlo como un grafiti; es escribir en el muro de los lamentos colocado en el centro de una plaza. Escribir es vivir el presente, pero viajar por todas las edades del tiempo y del espacio, para ser finalmente todo lo que se ha ganado en el viaje. Es estar más solo que nadie y buscarse ayudado por el viento; es pagar las deudas al contado y no esperar que pague por nosotros, otra vez, el hijo del carpintero. Es sembrar para cosechar primores y no abrojos; escribir es ver oír, gustar, palpar, oler; es evitar la jauría de lobos; escribir no es para decir cosas importantes sino cosas que lleguen al fondo del alma y del corazón. Es evitar la tortura lenta y dolorosa de la soledad; es hacer más llevadera la travesía a pleno sol y sin agua; es poner el barco en su riel para ser botado al mar, a la aventura. Escribir es transformarse en artesano, es darle vida a las palabras como el alfarero le da vida a la greda con sus manos. Es vivir más intensamente, aunque se esté acabando la vida cuando llega la vejez ineludible. Es no salir por la puerta falsa; es volver el reloj y el calendario y hacer el viaje a la semilla. Es tener el poder de crear el mundo nuevamente, destruirlo y volverlo a crear; es no tener altar para piedras sin valor ni para dictadores. Ser escritor es llegar a pensar que nulo ha sido el día si no pusiste unas líneas en tu página. Ser escritor es armarse de valor y paciencia para una eternidad; Oscar Wilde nos dice: “Me pasé toda la mañana corrigiendo las pruebas de uno de mis poemas, y quité una coma. Por la tarde, volví a ponerla”. El escritor es un audaz que se atreve a ponerlo todo en duda, es Sócrates resucitado; el sindicalista que traiciona a su gremio para ser militante fiel, que le dice amén a su partido, a su líder, a su jerarca, está castrado para la creación; el preguntón, el que desconfía hasta de sí mismo, el hombre de la sospecha, se halla más cerca de la creatividad que el serio, el sistemático, el crédulo o el engreído. El que escribe y pone el alma en ello, no será nunca un trabajador inconsciente sino un artista en cada momento de su vida. Escribir es proporcionarse el oxígeno que da vida espiritual que permite seguir viviendo más allá de la muerte. |
(*) León Danilo, seudónimo registrado de Nasael Mera Jaramillo, nacido en Panguipulli el 24 de agosto de 1943. Fue socio del Círculo Literario Carlos Mondaca Cortés de La Serena y miembro de la SECH de Arica Parinacota. |
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