Jorge Etcheverry

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Otros visitantes en un mundo oníricamente generado

Entonces me di cuenta cabal de esas aguas en que yo nadaba o más bien por las que surcaba con desenfado, más pesadas que lo habitual y menos heladas, de ese color cobalto pero brillante cortado o limitado por ángulos casi imposibles de barrancos, y esas aletas negras de peces gigantes y voraces pero que en este caso no eran hostiles. Entonces caí en cuenta que estaba en este mundo o universo que he estado construyendo en sueños cuando salía a tierra con la ropa mojada y caminaba entre esos árboles de color inusitado y suave, unos naranjas que tiraban a la rosa, unos amarillos crema verdosos en un crepúsculo violeta claro muy pastel y más que nada los contornos de los montes. Entonces pude advertir que no eran de aquí esos hombres y mujeres borrosos que discurrían por los senderos, entre los árboles, subían o bajaban gradas, se perdían en portales, se asomaban a ventanas, no era que en realidad sus facciones fueran toscas ni sus ademanes y movimientos un tanto desgarbados, ni que sus ropas fueran bastas, solo eso parecían, como yo seguramente parecería, en comparación con el entorno y entre esos árboles, con esa tierra ondulada y suavemente bermeja bajo los zapatos, esa hierba de color y densidad casi indefinible, esa arquitectura contradictoria, esos montes ya referidos atrás, creo, un poco desafiando la legislación natural, la geometría del paisaje ya acostumbrado. Y me di cuenta que ellos también eran visitantes temporales e involuntarios, pero que venían a su vez desde otros universos paralelos, quizás ellos también contribuían en sus sueños a configurar porciones de esta agregatura, todavía no cósmica, a la que tendremos acceso permanente y en donde habitaremos cuando nos podamos desprender sin vuelta de este mundo, que sin embargo ha proporcionado la materia prima para esta otra cosa que hemos estado armando.







Exhibición y lluvia

Ese día amaneció como que quería llover y el Susodicho, que había tenido muchos y muy vívidos sueños, recordó que había quedado de ir con alguna gente a ver una exhibición sobre dioses y rituales en el Museo de la Civilización. Estamos en una ciudad y un país que no menciono aunque adelanto que se trata de un país anglófono, bastante desarrollado y muy extenso. El Susodicho me dijo que miró por la ventana y vio esa llovizna y el cielo nublado de unas nubes bajas, en algunas partes casi negras y casi sin pensar hizo un ademán mirando hacia arriba “¿Y?, ¿Qué es lo que pasa?. Porqué usté no me hace fáciles las cosas, un poquito, total no lo hace casi nunca, ya que tengo que ir a saludar a mis colegas”. Medio en serio y medio en broma, pero ese “medio” es la clave del profundo y desmerecedor estado de cosas que aqueja al Susodicho, porque abre perspectivas pavorosas sobre su estado mental: ¿se cree él todo o una parte de eso que dice a veces, o más bien esos chistes, ya que el Susodicho se proclama ateo?. Pero uno que lo conoce, aunque pensándolo bien, a pesar de que uno lo haya frecuentado por décadas, nunca puede decir que realmente conoce al Susodicho. También fui a la exhibición por mi cuenta. Vi al Susodicho parándose frente a algunas de las urnas que encerraban estatuillas, reproducciones, imágenes, objetos de diferentes religiones y creencias, antiguas y modernas, dando paso a la parafernalia presleyiana y güevariana; las herramientas y reliquias de culto musulmanas que aborrecen la representación de la realidad y por ende todo conocimiento, porque todos los seres con ojos conocen a través de espejos.
Sus correspondientes hindúes por el contrario, florecientes en una lujuria de mitos antro y zoomórficos que aluden a epopeyas cósmicas y antiquísimas, que anteceden al hombre y son faena de seres ultradivinos entregados a sus cosas, como diría Von Daneken; los emblemas cristianos oscilando entre sadismo y masoquismo.

Él musitaba frente a algunas piezas de la exhibición y las fotos que le tomé subrepticiamente con mi celular no salieron. El Susodicho me dijo una vez que estaba ebrio —cosa bastante común en él— que ahora eran dos los universos que construía en sueños. El primero es la apoteosis de lo vivido y recordado y por tanto pleno de enormidades y bellezas que extrapolan las de aquí, pero el nuevo es más bien una especie de purgatorio, no estaba según él desprovisto de esa cosa extraña de los sueños, que casi lo rescataban de su malignidad. Yo con mi celular trataba de seguir al Susodicho por la exhibición sin que me viera, cosa fácil ya que en sus mejores momentos no le presta atención a uno, dentro de su enfermedad. Puedo sentir los truenos, otra vez llueve, miro por un ventanal hacia la terraza con mesitas, que en medio de la lluvia torrencial parecen navegar, pero en unos segundos la lluvia amaina, como sucede frecuentemente por estas latitudes, y al minuto ya no llueve y el sol de verano empieza a evaporar rápido el agua de los cristales, de las baldosas, de la terraza a la que el Susodicho acaba de salir con su taza de café en la mano.

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